Según indican varias investigaciones, el interés por lo medieval ha crecido considerablemente en la última década.
Uno de los temas que desata pasiones entre los aficcionados a la historia del medioevo y al misterio es el de los caballeros templarios. Existen muchas leyendas y anécdotas sobre ellos. Lo cierto es que tuvieron un papel destacado en la reconstrucción del viejo Imperio Romano al que infundieron una nueva mística surgida de oriente y de algunas tradiciones presentes en el cristianismo primitivo.
La Orden del Temple se fundó en 1118 por nueve caballeros franceses liderados por Hugo de Payns tras la Primera Cruzada. Tenían una doble finalidad: religiosa y militar. Su propósito era el de proteger la vida de los cristianos que peregrinaban a Jerusalén.
En 1129 la Orden fue aprobada oficialmente por la iglesia católica durante el Concilio de Troyes. Poco a poco fue ganando protagonismo, acumulando riquezas y bienes materiales. A lo largo de dos siglos los papas exceptuaron a los templarios del pago de cargos y diezmos, a pesar de lo cual, daban una excepcional importancia a la humildad, la caridad y el servicio a los demás.
Los miembros no combatientes de la Orden gestionaron una compleja estructura económica dentro del mundo cristiano. Sus dominios se extendieron desde el reino latino de Jerusalén hasta Anatolia, Armenia o las Islas Británicas. Su huella en la cultura medieval y en el arte de la época es indiscutible; sobre todo desde el Mar Mediterráneo a Tierra Santa donde construyeron numerosas fortificaciones, resucitaron tradiciones esotéricas milenarias y fundaron muchas universidades y centros educativos como la Escuela de Traductores de Toledo o las Universidades de Palencia y Coimbra.
En lo que respecta al Camino de Santiago, ejercieron una labor destacada como guardianes y protectores de los peregrinos. Eran monjes guerreros. Edificaron sus propios santuarios y lugares de culto en las rutas principales.
Fuera de Galicia, por ejemplo, merece especial mención la Iglesia de Nuestra Señora de Eunate (Navarra). “Eunate” significa en vasco “cien puertas” y supuestamente hace referencia a los arcos que rodeaban esta iglesia de planta octogonal. En el equinocio de la primavera, durante la Edad Media, se celebraba una romería en este lugar. Es muy posible que se realizase una danza ritual que consistía en la entrada y salida por cada una de las puertas, simbolizando el recorrido del Sol.

En la simbología románica, las portadas de las iglesias representan el cielo. Las nueve arquivoltas que rodean la portada de Nuestra Señora de Eunate serían los nueve reinos celestiales. En la última aparecen unos extraños grabados. Podría tratarse de los doce símbolos del zodíaco y el Sol (la imagen central con cabeza de Bafomet).
También en el Puente de la Reina, en el punto de confluencia del Camino Francés en Navarra, nos encontramos con la iglesia de Nuestra Señora de los Huertos (1130) que alberga un Cristo germano y la iglesia de Santiago donde hallamos la imagen de un guerrero matando una fiera (simboliza en la mística templaria el triunfo de la fe sobre el pecado y los miedos, representados en el animal).
A 50 km de Eunate podemos ver otra pequeña joya del arte templario: la iglesia del Santo Sepulcro. Fue construida a finales del siglo XII o comienzos del siglo XIII y tiene también una estructura octogonal, característica de la Orden del Temple. Aunque lo más impresionante es su legado escultórico de estilo gótico: centauros disparando flechas, ménsulas de cabeza leonina y un profuso bestiario medieval que contrasta con la sobria austeridad de su interior. La bóveda es de tipo califal, con nervios que no se cruzan en el centro y que trazan una cruz templaria.

Ya en Burgos econtraremos muchos restos de monasterios de origen templario. Merecen especial atención la Colegiata de la Virgen del Manzano, el convento de San Antón que data del siglo XIII y la iglesia de San Juan.
En la región del Bierzo, siguiendo el Camino de Santiago, tenemos dos importantes enclaves templarios. El primero de ellos es una inmensa fortaleza (10.000 m2) que contaba con una triple muralla y doce torres, cada una de ellas grabada con una cruz tau. A pocos kilómetros y pasada Villafranca del Bierzo, está el imponente castillo de Sarracín que los expertos atribuyen a la Orden del Temple.

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